Semana Santa y Cifuentes desde la perplejidad, per Javier García-Conde Brú.

Desde Semana Santa a Pascuas he asistido a una serie de situaciones  extrañas,  “o no”, que tienden a desorientarme, casi turbarme y en ocasiones conmocionarme y que forman un conjunto que podemos denominar como un ataque de perplejidad, que corre el riego de convertirse en estructural. No voy a comentar otro episodio de la perplejidad como el intento de impedir por la Reina real que la Reina emérita se fotografiase con sus nietas. El periodista Zarzalejo decía hoy que, aunque todo el mundo lo sabe, no se deberían sacar a relucir “los trapos sucios”. El es considerado por la Sexta, al igual que Inda y Marhuenda como referencias del pensamiento ilustrado.

                      Cuando yo era adolescente, allá por los años 1955, la Semana Santa era silenciosa, afortunadamente no se podía elevar la voz, todos estábamos tristes de forma obligatoria, los comercios cerrados, no se podía oír música ni ir al cine y por supuesto bailar. Las cofradías paseaban por las calles y el pueblo las veía con un cierto miedo. Era la época en la que se reconocía el cielo, el limbo, el infierno y el purgatorio. Estos dos se diferenciaban en un factor de tiempo de permanencia pero el fuego y el terror eran comunes. Los viacrucis inundaban las Iglesias. En nuestro País es raro que un acontecimiento no implique a la gastronomía y por ello la Iglesia puso en circulación las bulas pagadas para poder comer carne y también caldo de carne. Mi padre llevaba a casa un brazo de nata los domingos y fiestas, pero en estos días la tristeza debía implicar al estomago. La Iglesia paseaba a Franco bajo palio y el nacionalcatolicismo no solo se asentaba en las escuelas, también en la Universidad con aquellas asignaturas que denominábamos las “Marías” y que correspondían a Religión, Gimnasia y Formación del Espíritu Nacional, dictadas por un cura, un falangista y un deportista elogiable. Todo era política, es decir la misma política, la que se decidió establecer para que no pensáramos, obedeciéramos y nos situásemos en ese estado de letargia intelectual entre la coacción y la manipulación. Las mujeres no paraban de rezar rosarios, incluso los repetían a diario si se trasladaban de casa. De ahí pasaron a la Sección Femenina bajo la dirección de una falangista, Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio e hija de un dictador Miguel Primo de Rivera que mando al exilio a Alfonso XIII.

                       De todo estos episodios solo teníamos, en ocasiones, una sospecha o duda, porque no era fácil reunirse ni manifestarse. La Semana Santa que hemos pasado hace unos días, transcurre en democracia y libertad. España se seculariza rápidamente y los jóvenes acceden con rapidez a todo tipo de información y la comparten para bien o para mal. Es una nueva forma de desarrollar su identidad. Los cofrades con o sin capucha reparten caramelos y el vino fluye debajo de los pasos, con denominaciones tétricas en la mayoría de los casos. A estas celebraciones asisten políticos “devotos” con la mano abierta para cambiar caramelos por votos. La Constitución no se puede mirar con atención porque el criterio de aconfesionalidad del Estado se viola día tras día. Los políticos más corruptos sacan a relucir peinetas y medallas y en ciudades y municipios se desdicen de lo que antes, en la oposición, consideraban una hipocresía. Se preocupan acerca de donde tendrán que colocar sagrados corazones y reliquias que sus antecesores les legaron. También les preocupa el lugar que deben ocupar en las procesiones para emitir esa sonrisa forzada y una mano aletearte que solo permita mover la muñeca y sostener el cirio. Recuerdo aquel rintintin veraz y malicioso que repetía Irene Montero en la moción de censura a Rajoy cuando les señalo que la sede de la corrupción estaba en Génova 13 y como apostilla indicaba ¡Que vergüenza Sr. Rajoy!. ¡Que vergüenza!

                   En plena Semana Santa y Pascuas aparece el Master de la presidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes. Las personas que hemos trabajado más de 40 años en la Universidad, hemos presenciado muchas cosas difíciles de comprender, pero sabemos que existe una estructura de profesores, funcionarios y órganos de dirección que no comprenderán como puede suceder algo similar al Master-Cifuentes. En la Universidad Juan Carlos I de Madrid hay, como no, profesores excelentes, pero todos sabemos las relaciones con el poder y en especial con el PP. El Rector anterior, profesor Suarez tuvo que dimitir por plagio. El actual Rector y los profesores que le acompañaron en la rueda de prensa, falsearon la realidad y mostraron una situación patética. Al lado de un profesor que es representante de Transparencia en España esta el Sr. Marhuenda, de profesión tertuliano y de vocación demagogo. Tiene, dicho por él, dedicación mínima, no tiene trabajos de investigación, ni ha dirigido tesis doctorales y no es profesor titular o Catedrático. Es un contratado de la serie PP junto a otros funcionarios. Si cualquiera de mis compañeros nos hubiésemos atrevido a decir lo que dice Marhuenda no nos atreveríamos a ir a dar clase y posiblemente ni siquiera entrar en nuestra casa.

                       La Sra. Cifuentes es una funcionaria que me imagino deseaba con el Master pasar al profesorado. Los datos que conocemos violan la composición de tribunales, las calificaciones obtenidas, la asistencia presencial en el Master, no encuentra el trabajo fin de Master que solemos tener en el ordenador, parece que hay firmas falsificadas, no la conocen sus compañeros y con todo esto los de su partido en el parlamento de Madrid la aplauden.

                       Espero poder salir de esta perplejidad. Pero ¡Que vergüenza!

Javier Garcia-Conde Brú. Catedrático de Medicina. Master en Bioética.