“Cada uno de nosotros tiene tres posibilidades: ser pasivo y no hacer nada, ser malvado o convertirse en un héroe (Philip Zimbardo)
“El peor mal es el que se hace, en ocasiones, en nombre del bien”
La idea del bien y del mal ha estado siempre presente en la historia de la humanidad. El mal se ha expresado en actos crueles y perversos, de índole y causa diferente, tanto física como moral, intentando anular la dignidad humana para cosificar a las persona, utilizarla como medio y no como fin. Además la sociedad actual padece una “maldad tolerada” a la que A.Gramsci se refirió en su libro “Odio a los indiferentes” publicado en 1925 (ed. En español 2011). La estructura del mal contempla por lo tanto a ¿quién realiza el mal?, ¿quién padece el daño? y quien contempla la acción malvada.
Xavier Zubiri considero 4 tipos acerca de la realidad del mal: el maleficio seria un proceso socio-biológico que daña como podría ser un cáncer, la malicia es la instalación consentida en el mal por propia voluntad , la malignidad consiste en querer dañar a otra voluntad incitándole a la malicia y por ultimo la maldad expresa la dimensión social del mal mediante acciones voluntarias de sujetos libres en donde suele haber testigos que las reprueban, apoyan o asisten a ellas como meros espectadores.
El descubrimiento de la maldad, referida al primer mal, data de XV-XVIII siglos a.C con la caída de Adán y Eva en el paraíso y la aparición de todo un cortejo como la culpa, el exilio, el simbolismo del árbol del bien y del mal, la manzana, el demonio y la serpiente. Este mal era necesario transmitirlo a toda la humanidad y de ahí nace el pecado original que nos hace nacer “malos”. Luego vino la historia de los hijos de Eva, uno labrador, Caín y otro ganadero Abel que tenia un cierto favor de Dios y al que su hermano asesino. Desconocemos la descendencia de Adán y Eva pero no es difícil suponer en matrimonios de parentesco que supondrían nuevos pecados y culpas.
La maldad necesita una justificación ya que implica consecuencias y responsabilidades. De ahí los conceptos de Teodicea, mal divino y Sociodicea, mal humano y social. En 1710 el filosofo y teólogo alemán G.W. Leibniz publico sus ensayos sobre Teodicea en los que trataba sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal, intentando justificar la bondad y la omnipotencia de Dios frente al mal del mundo y de los hombres. Por lo tanto, para comprender esta situación seria necesario hacer compatibles la fe y la razón y cargar la culpa a la concedida libertad del ser humano. Esto supone la fe en la fe, frente a lo que entendemos habitualmente como “fe en la razón”, en la que se apoya la Sociodicea, al establecer el mal socialmente engendrado. Este se integra en las ideologías, que permiten condenar, explicar, justificar e investigan las causa y la naturaleza del mal. La inducción del mal por Dios en su propia Iglesia debido, a su carácter omnipresente y todopoderoso, parece inconcebible por el hecho en si y por su diversidad en cismas, inquisiciones, guerras, torturas, cazas de brujas, escándalos sexuales, corrupción económica y un largo etc. Estas situaciones requieren una naturaleza humana psicopática apreciada en los que podríamos denominar como los “psicópatas con sotana”.
La postura de Amartya Sen, ante situaciones generadoras de mal, no podría ser la utópica eliminación absoluta, sino intentar suprimir los males e injusticias remediables que discurren en los centros de poder y autoridad y en los espectadores de los procesos delincuentes.
La Teodicea y la Sociodicea, como justificación, aparecen en los males del siglo XX donde nazismo y comunismo son equivalentes como expresión de un totalitarismo sin limitaciones en el poder, en la acción y en la maldad. La idea de un Dios bueno, que genera un mundo en destrucción y a unos seres ávidos de maldad, creados a imagen y semejanza suya, resulta imposible de entender tanto con el uso de la razón como de la fe, incompatibles con la necesidad de entender las evidencias de su desarrollo en el mundo actual y las acciones de las personas.
Vamos a centrarnos en tres cuestiones que preocupan y requieren justificación de forma prioritaria en nuestra modernidad como serian el mal de los totalitarismos, el mal consentido y las psicopatías criminales o de personas próximas no criminales.
Hannah Arendt fue una filosofa política alemana, judía, que investigó sobre el genocidio nazi y expresó en sus libros “Los orígenes del totalitarismo” y “Eichmann en Jerusalén. Arendt evolucionó desde la consideración del “mal radical” a la “banalidad del mal. El primero corresponde al ejercicio de un totalitarismo centrado en un poder sin restricciones que no solo es capaz de asesinar a escala industrial, sino que persigue la supresión de la dignidad humana expresada en una deshumanización completa para generar “cadáveres vivos” sin identidad, con obediencia absoluta y sin derechos civiles ni individualidad. La respuesta a esta situación considerada con la denominación “Auschwitz” se expresa en el magnifico libro de Victor Frankl “El hombre en busca de sentido” (1946). Arendt asistió al juicio de Eichmann en Jerusalén, acusado de crímenes contra la humanidad y como consecuencia a su sentencia a muerte. De este hecho parte su consideración sobre la “banalidad del mal”. Llego a la conclusión de que ese hombre, teniente coronel de las SS nazis y responsable de la “solución final” en Polonia y del traslado de deportados a los campos de concentración alemanes, era un funcionario sin conciencia moral , burócrata, disciplinado y ambicioso con la convicción de participar en algo histórico, con profunda irreflexión y en que la filosofa vio que el mal puede ser obra de gente corriente que renuncia a pensar, pero no percibiendo su profundo y fanático antisemitismo . La critica a esta postura, por parte de organizaciones judías y de filósofos como Isaiah Berlin o el novelista Saul Below consideraron que Arendt no defendió la causa del pueblo judío de forma incondicional, cuestionó que fuera adecuado el juicio en la ciudad de Jerusalén y se puso a reflexionar investigar y debatir, quizás influida por su maestro y pareja sentimental Heidegger que apoyaba el nacismo. Independientemente de sus conclusiones siempre me pareció interesante en Hannah Arendt su necesidad de entender en profundidad hasta los procesos que parecen más obvios y evidentes frente a opiniones y prejuicios..
El mal consentido, es un mal enraizado en la omisión o mal del “espectador”, que representa quizás la situación mas frecuente y que en ocasiones he comparado con la prudencia delictiva. El espectador es un cómplice y un colaborador imprescindible en determinadas ocasiones. El planteamiento procede de intentar aseverar que solo somos responsables de lo que hacemos, situación que escenifican expresiones tan inciertas como, “yo nunca robe”, “nunca hice daño”, “no me consta”, “no me concierne” “no es mi problema” o “no deseo manifestarme”. Representan la perdida de las prioridades morales en un mundo liquido que no construye situaciones solidas y aficionado a la mentira por omisión. Por este motivo se ignoran voluntariamente los derechos humanos, los valores universales, se apostasía de la razón o de la propia coherencia que solo sale a pasear ante intereses personales. Esto conduce a una desaparición de cualquier referencia moral o política que imposibilita el dialogo y la deliberación e instaura una situación caracterizada por la complicidad ante el mal y por un intento de anular, normalizar y absolver sus contenidos mediante el enfrentamiento con intención justificativa de situaciones perversas.
La implicación, en el mal, de nuestra mente representan uno de los campos más complejos de la investigación psiquiátrica, de la psicología de la personalidad y de las neurociencias. Quisiera prescindir de las psicosis esquizofrénica y paranoide como enfermedad mental, cuyas acciones no son racionales, calculadas ni responden a una situación provocada por una realidad. Por lo tanto distinta de la situación del psicópata criminal. Hay tres situaciones psicopáticas diferentes : el psicópata criminal capaz de programar el delito, el psicópata de “cuello blanco” y los psicópatas que no dedicándose al crimen se encuentran entre nosotros, en “nuestra escalera”, maridos, amantes, compañeros de trabajo o nuestros políticos. El extremista noruego Anders Breivik, se acerco a la isla de Utaya donde unos jóvenes del Partido Laborista, celebraban unas jornadas estivales. Acudió disfrazado de policía, mato a 69 jovenes e hirió a 33 más. Los móviles que le incitaron a pregonar su ideario derechista fueron la integración multicultural en Escandinavia y su obsesión sobre la “islamización del país. Son personas violentas, con un perfil antisocial, fríos, crueles, sin remordimientos ni arrepentimiento conscientes de los hechos y sobre todo carentes de cualidades esenciales, como la indiferencia hacia los valores personales que permiten vivir en sociedad. En España el 20% de los delincuentes encarcelados tienen este trastorno y los sistemas de justicia estiman unas 10.000 personas
Los psicópatas de “cuello blanco” los resumo con la frase de Robert Hare “no todos los psicópatas están en las cárceles. Hay muchos en los consejos de administración y en los comités ejecutivos. En el campo de los negocios más de un 3% tienen características psicopáticas en comparación 1-1,5% de la población general y en estos casos el 93,7% informaron de abusos, mientras que en situaciones ordinarias solo se detectan en el 54,7% . Los psicópatas que no se dedican al crimen están próximos a nosotros, carecen de empatía, se dedican a socavar nuestra confianza en la gente, imprimen un profundo malestar, no entienden las necesidades del “otro”, desacreditan lo bueno, generando dudas infundadas y pesimismo.
Ciertos casos, como la detección de determinas alteraciones en la infancia y adolescencia, el caso del Sr. Landrigan (adoptado por una familia intachable de profesionales de clase media) y su hijo Hill que se encontraron por primera vez en el corredor de la muerte de una prisión de Arkansas donde se les aplicó la pena de muerte. También se ha detectado casos de familias con una alta incidencia de criminalidad en varios miembros, entre un 40-60%, con proclividad antisocial de orientacion génetica que ha estimulado la búsqueda de un gen de la maldad. Hans Brunner detecto en una familia holandesa, en la que 40 de sus miembros varones habían cometido crímenes, una alteración de la estructura MAO-A en el cromosoma X, una de cuyas enzimas (A) regula el mecanismo de la serótina, noradrenalina y dopamina cerebral y cuya carencia cursa con discapacidad intelectual, violencia desmedida, violaciones, asaltos y hábitos pirómanos. También se han descubierto otras alteraciones en el cerebro de psicópatas como la menor densidad en el sistema paralímbico.
La maldad tiene distintas formas de expresión que conducen a la violencia generada por emociones, pasiones y sentimientos como la ira y el odio que trataremos en el próximo articulo
Javier Garcia-Conde Brú, Catedrático de Medicina, Master en Bioética UCM