Odiemos la tiranía, pero no nos odiemos,
ni nos destruyamos unos a otros.
Tratado sobre la Tolerancia. Voltaire
La convivencia es una necesidad de las personas como seres sociales y estriba en vivir juntos y por lo tanto tener presente tanto al prójimo como al ajeno. Esa convivencia se realiza sobre la base de una pluralidad, no solo personal, sino también generacional y cultural. Por lo tanto es necesario una enseñanza interpersonal e intercultural y un aprendizaje, basado en la comprensión y dialogo de hechos e ideas, para compartir con los llamados “diferentes” esa realidad que significa un proyecto y sentido de vida basado en la educación para la convivencia.
Los elementos que intervienen en estos procesos son muy diferentes y logran aspectos muy favorables y también conflictivos. Existen diferencias generacionales, algunas muy características como las relaciones de padres e hijos, otras son biológicas, culturales, sociales, sexuales, dentro de una amplia aceptación y éticas que se desarrollan sobre una pluralidad de intereses, razones y sentimientos que pueden potenciarse o interferirse continuamente.
La enseñanza para la convivencia se aprende en la escuela, en el amplio concepto de lo que se considera familia y en las experiencias cotidianas y es ahí donde se forman las personas y donde se elige un tipo de conductas, conocimientos y habilidades. Es obvio que las materias de los planes de estudio son necesarias para adquirir conocimientos, pero la educación, debe pretender la formación de ciudadanos libres, responsables, respetuosos, tolerantes, generosos, valientes, con capacidad para el reconocimiento reciproco y con posibilidades para ser felices. Es curioso como los padres y los maestros se preocupan mas de informarse sobre el curso de las asignaturas que sobre la formación como personas.
Estos valores no se aprenden sobre una base exclusiva de obediencia sin reflexión ni tampoco sobre criterios religiosos integristas basados en “verdades eternas” que no tienen fundamentos ni quieren entender la realidad humana. Sin embargo cuando una asignatura como la educación para la ciudadanía intenta una introducción de los estudiantes en la ética, en el conocimiento de la vida publica y como consecuencia de la democracia, es inmediatamente atacada por sectores religiosos católicos que ven en esta formación una dificultad para monopolizar sus valores, colocar a sus profesores, pagados por el Estado, es decir, por todos los que no compartimos este tipo de educación, pero obedientes y diseñados con una identidad por parte de la Iglesia para que se dedican a trasmitir mandatos, generalmente inciertos y en muchas ocasiones falsos, en lugar de explicar los fundamentos de las religiones, del hecho religioso y la espiritualidad. Es fácil detectar por que existe una la gran variabilidad de leyes de educación desde la ley Moyano a la ley Wert claramente relacionadas con las imposiciones que derivan de los acuerdo Estado Español y Vaticano, los cuales tienen una mayor expresión en los procesos electorales mediante su colaboración con determinados partidos políticos.
Una de las características de nuestra época radica en la movilidad de los pueblos y de las personas y como consecuencia del mestizaje que aumentará con la previsión de que en el próximo medio siglo Europa integrará más de cincuenta millones de emigrantes, que influirán en el desarrollo de las escuelas y en las relaciones de personas y familias. Me parece que la convivencia de culturas y el mestizaje no solo representa un enriquecimiento cultural sino también una forma de enfrentarse al racismo y a la segregación de personas, que si no son reconocidas, tienden a la formación de guetos conflictivos. .“En los problemas de racismo y xenofobia hay que mirar más a los blancos que a los negros”.
La integración de los emigrantes es siempre un proceso lento y gradual porque supone participar en la vida económica, social, cívica y espiritual de un país sin menoscabo de la propia identidad. En España los emigrantes tienen derechos civiles y laborales pero el concepto de ciudadanía y por lo tanto de elección no se relaciona con la residencia sino con la nacionalidad.
Todos estos aspectos que pretenden el desarrollo de una convivencia en igualdad, con personas que no necesariamente elegimos y que difieren en numerosos aspectos personales y culturales, debe desarrollarse evitando o resolviendo conflictos, de lo cual se encargan con, diferentes aproximaciones la ética como base para conducir actos morales y la política como aplicación de leyes, mantener la libertad de todos, desarrollo de progreso, y humanización de la vida publica. Las base para hacer confluir estos criterios son : respeto, tolerancia y laicidad. Una laicidad que no se basa en la ausencia o negación de la religión sino en la pluralidad y en el entendimiento entre posturas religiosas diferentes que cultivan el respeto y la tolerancia.
La tolerancia se ha relacionado casi siempre con el fenómeno religioso, de forma muy particular en España, respecto a otros países europeos en especial a Francia. Sin embargo en el momento actual la actitud tolerante positiva se extiende también a la vida política, a las relaciones interpersonales y colectivas y a las interrelaciones culturales y procesos de emigración.
El análisis de la triada tolerancia, cristianismo y laicidad en un mundo progresivamente más secularizado, me parece un modelo trasladable a otras situaciones que pueden ocasionar conflictos por intolerancia y también por indiferencia e intransigencia en la comprensión de ciertos procesos.
La tolerancia y el respeto
El 16 de noviembre de 1905 los Estados Miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación firmaron en Paris “La Declaración de Principios sobre la Tolerancia” que contiene seis artículos y declara ese día como Día Internacional para la Tolerancia. En el articulo primero declara : “La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La fomentan el conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No solo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La tolerancia, la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz”.
La idea de tolerancia religiosa parte de la revuelta de Lutero contra la Iglesia de Roma en 1517 que induce una profunda transformación de la sociedad occidental sustituyendo los enfrentamientos religiosos, que incluso llegaron a justificar las guerras, por intentar una libertad respetuosa de las diferentes religiones. Esta libertad es la condición necesaria para el proceso de afirmación y reconocimiento de la libertad humana y de la dignidad de las personas.
Estos planteamientos se han proyectado sobre la vida civil y son hoy en día una base para la democracia, y para la convivencia con minorías étnicas, lingüísticas, raciales y en general a todos los que se denominan “diferentes” para los que la igualdad no debería confundirse con homogeneidad o uniformidad sino como dignidad compartida en la que todos los seres humanos puedan hacer valer sus diferencias. La referencia de muchas de estas situaciones radica en la primacía de los derechos humanos (1948) cuya primera consideración radica en que “los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Se encuentran dotados de razón y conciencia y deben actuar unos con los otros como señal de confraternidad”. Sobre los derechos humanos que plantean criterios de personalidad jurídica, derecho al matrimonio y a su disolución, independiente de criterios de raza o religión, derecho de acceso en igualdad a la función publica, libertad de opinión y de expresión, formación de sindicatos para la defensa de sus intereses, reconocimiento de igualdad en dignidad de hombres y mujeres, etc., no entran en la consideración de la Iglesia Católica que siempre los ha considerado diferentes a los otorgados por el don religioso y llenos de relativismo.
La tolerancia positiva y activa tiene limites y comparte, como es lógico, criterios de intolerancia porque exige el reconocimiento del otro. Tanto Voltaire en su libro Tratado sobre la Tolerancia”, Locke en Ensayo sobre Entendimiento Humano, Stuart Mill en Sobre la Libertad y Montaigne en Ensayos III De la Tolerancia evocan desde perspectivas diferentes el análisis de las relaciones humanas.
La tolerancia tiene un umbral que indica que no todo es tolerable y que no hay que identificarla con el abstencionismo ni con la indiferencia que pueden transformarse en acciones de colaboración con lo intolerable. Resulta algo similar con lo que en ocasiones sucede con la prudencia silenciosa o estratégica cuando deriva a ser cómplice de un delito. Por ello hay que tener claro que ni la democracia es debilidad ni la tolerancia es pasividad.
Los grandes enemigos de la tolerancia son el totalitarismo que no es solo la implantación de un poder sino de una ideología que empieza por el dogmatismo ( la verdad le da la razón y lo justifica) y acaba por la sofistica (llama verdad a lo que justifica su poder) , las verdades absolutas y eternas que se oponen a la deliberación y derivan en una “tiranía de la verdad”, las dictaduras que son despotismos y pasan al totalitarismo cuando a la fuerza unen una ideología y el sectarismo que invade la vida social, que al principio fue religioso y en el siglo XX es también político.
La exaltación de la tolerancia deriva de la necesidad, del deseo y placer de convivir. Amar la verdad requiere reconocer que no existe una certeza absoluta y ello se basa en su debilidad teórica, pero por otra parte es necesario que tenga estas limitaciones para que el dialogo sea posible desde la discrepancia y desde la pluralidad.
La intolerancia tiene también una relación con la estupidez y con la inteligencia. La intolerancia vuelve a las personas estúpidas y estas son en general intolerantes. A las personas se las puede impedir expresar lo que creen pero no pensarlo, por ello A. Comte-Sponville añadía que“ la sencillez es la virtud de los sabios y la sabiduría de los santos, la tolerancia es la sabiduría y la virtud para aquellos –todos nosotros- que no somos ni lo uno ni lo otro”.
En la segunda parte de este articulo intentare relacionar el cristianismo no integrista con la laicidad no antirreligiosa.
Javier Garcia-Conde Brú
Catedrático de Medicina
Master en Bioética