Font: Levante (2017 10 18)
El Ministerio de Educación ha puesto en movimiento a la Alta Inspección para evitar el adoctrinamiento en los libros de texto en Cataluña. Si por adoctrinamiento entendemos la negación del pensamiento crítico, evitar el diálogo, ocultar la discrepancia y exaltar el dogma, desde AVALL apoyamos ese interés del ministerio por acabar con el adoctrinamiento, pero nos gustaría que fuera con todo adoctrinamiento. Porque si lo que se hace en los colegios catalanes es adoctrinar, ¿cómo llamaremos a lo que se hace en todas las aulas de España con la religión? Porque si se tiene miedo a que el adoctrinamiento en Cataluña termine en fanatismo nacionalista, ¿no deberíamos tener miedo de que el adoctrinamiento en religión termine en fanatismo religioso? Porque si como dicen, el adoctrinamiento en Cataluña tiene como finalidad excluir a quienes no se consideran nacionalistas catalanes, ¿ qué decir del adoctrinamiento religioso que considera herejes, infieles, descarriados o pecadores a quienes no profesan la misma religión?
Se defiende la iglesia diciendo que son los padres quienes quieren que sus hijos reciban religión. Con ese mismo razonamiento, adoctrinar en las aulas catalanas, debería ser bueno si son los padres quienes así lo quieren. También se queja el nacionalismo español de que ese adoctrinamiento en el nacionalismo catalán es pagado con dinero público. Los sueldos de los profesores de religión también son dineros públicos pagados generosamente por cada comunidad autónoma. Y cuando hablamos de todo el Estado, no sólo de Cataluña, la cifra se aproxima a los 500 millones de euros anuales. Millones con los que se podrían contratar unos 6.500 profesores que bien harían en intentar mejorar el nivel del alumnado que tan mal parado queda en los informes PISA, o simplemente enseñando otros idiomas, en los que en este país, ninguno de sus presidentes es capaz de expresarse.
A quienes les molesta el adoctrinamiento histórico en Cataluña, no parece molestarles que se sigan contando a menores historias sobre seres imaginarios que crearon todo cuanto existe, seres que nos dicen qué debemos o no hacer, que nos vigilan constantemente y que al final de esta vida, nos prometen otra, donde se nos premiará o castigará. No parece molestar que mientras la ciencia ya es capaz de explicar el 99,9 % de todo lo que pasó y pasa en el universo, las confesiones religiones sigan intentando, desde la más tierna infancia, moldear las mentes para hacer creer que todo proviene de la magia de unos supuestos dioses, que ociosos entre tanta eternidad, andan jugando entre ellos a ver quién tiene la ocurrencia más graciosa.
La religión como fenómeno individual, como búsqueda del sentido de la vida, como una autoprotección ante la inmensidad del universo y la eternidad del tiempo, como una reflexión personal, puede ser buena y hasta positiva. Pero se convierte en un fraude cuando pasa a ser administrado por personas que dicen hablar directamente con dioses, que dicen ser sus intermediarios, que nos dicen cómo debemos vivir y morir, que dicen que su reino no es de este mundo cuando en realidad son la empresa más poderosa que existe.